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martes, 29 de marzo de 2011

“Dime qué haces y te diré cuánto vales”

¿Qué vale la vida de cada uno de nosotros? La respuesta que yo le daría a esta pregunta sería sencilla, mucho, la de cualquiera de nosotros vale mucho más de lo que nuestra mente puede codificar en dinero o bienes materiales.

Siempre nos han repetido nuestros seres queridos: “No se ponga a pelear o a hacer bobadas si le van a robar, mire que las cosas materiales se consiguen, la vida no” Y es muy cierto, un carro, un celular o cualquier objeto de “valor” se puede recuperar, pero recuperar la posibilidad de ver cada día un amanecer, de ver la sonrisa de un niño, de escuchar los pájaros cantar, eso no retorna nunca.

Desafortunadamente hay gente que se cree dueña de nuestras vidas y nos apaga la ilusión de una manera sencilla, rápida y sin contratiempos. Todos los días escuchamos a personas que matan en las playas, en las ciudades, a seres humanos que se presentan en el momento equivocado, a la hora que no era y por eso, lo matan.

Esta gente muere y sus familiares comienzan a padecer la ausencia de ese ser querido, de ese hijo, esposo, amigo o familiar que recibió la sentencia a muerte de cualquiera que se cree el dueño del mundo, sea mafia, paramilitares, guerrilla, delincuencia común o cualquier desquiciado que porque le pitaron, lo cerraron o simplemente le hicieron algo que no le gustó te dispara y ya, se acabó.

Con estas muertes empezamos a ver cuánto valemos, qué logramos con tanto sacrificio para conseguir los bienes materiales que nos permitirían una mejor calidad de vida. Es desde ese momento que empiezan a ponerle precio a nuestro cuerpo, porque el alma ya no está en la tierra. He escuchado recompensas por quien entregue información por los asesinos de x o y persona, estas oscilan entre los 2 millones, hasta los 5 mil millones. Pero, ¿no pues que valemos lo mismo?

Me pregunto entonces por qué, si uno de los seres humanos asesinados, estudiante de los Andes o de Eafit o de cualquier universidad estrato 6 de Colombia, vale 500 millones de pesos o más. Pero el campesino que solo conocían en su vereda, hijo de agricultores con poca o ninguna importancia para la nación, vale 5 millones de pesos. Me sigo preguntando lo mismo, ¿no valemos pues igual?

Yo no concibo esas diferencias clasistas, porque no podemos seguir manteniendo las diferencias entre los de arriba y los de abajo. En mi concepto la violencia debe ser “cotizada” por igual, porque es un cáncer que acaba con toda una nación, es un problema que no mide estratos ni posición económica. ¿O es que acaso a los pobres los matan las balas de cuero y a los ricos de oro?

No podemos seguir pidiendo la cuenta de los servicios públicos o la hoja de vida para definir cuánto ofrecemos por información que permita saber quién mató o por qué. Debemos trabajar en una misma línea, la igualdad. Que las promesas de campaña, lo que dicen los políticos, no se convierta en un paisaje más, que en verdad tengamos las mismas posibilidades, que nuestra vida sea igual de valiosa, que yo no valga únicamente por lo que hice en vida o hacen mis padres.

La paz es un precio que debemos pagar todos por igual, porque la guerra y la muerte no conocen edad, sexo, religión o estatus, la guerra nos acaba a todos. De-Lógica. No?

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